Después de mucho pensarlo decidí deshacerme de mi corazón.
Había pasado por muchas situaciones dolorosas últimamente: tropiezos, golpes y
traiciones. Lo mejor era buscar uno nuevo o simplemente vender el actual.
Hay un pequeño mercado a unas cuadras de aquí donde se
pueden hacer ese tipo de cosas. La gente llega ahí y ofrece lo que tenga,
buscando algo mejor para ellos o, simplemente, vender para cambiar de vida. Era
común, por ejemplo, que llegara alguien a ofrecer algunos dedos, aunque no le
ofrecían gran cosa por ellos. También llegan con cierta frecuencia personas a
vender su cerebro exigiendo, eso sí, que se le pagara por anticipado. Luego les
era fácil al mundo de la política.
Así que una mañana me dirigí al pequeño mercado. Aún no
tenía muy claro si venderlo por algunas monedas o simplemente cambiarlo por
alguno en mejores condiciones. Sin embargo, fue inútil: pasé casi tres horas
preguntando en todos los puestos y no tenían nada que me interesara. Me
ofrecían muy poco, a mi forma de ver, por mi corazón y si querían cambiarlo,
sólo tenían corazones en muy mal estado, quizás de algunos chicos emo.
Finalmente decidí dejar el mercado y probar suerte otro día;
sin embargo, un hombre me llamó desde un pequeño local frente a la salida. Era
un tipo, evidentemente, acabado por la vida. Usaba muletas por la falta de su
pierna izquierda, un ojo de vidrio y una media barba. Escuché que quieres
deshacerte de tu corazón, me preguntó. Le expliqué que aún no sabía qué hacer
con él, que me vendría bien el dinero pero que un corazón en mejores
condiciones sería atractivo para mí.
Mire, me dijo el hombre, yo no tengo dinero y los corazones
se me han acabado, pero puedo ofrecerle algo que le podría gustar. En un primer
momento pensé que me ofrecería un cerebro, pero pronto saco una caja preciosa
que contrastaba con las ruinas en las que se encontraba el local. Al abrir la
caja pude ver un aparato muy parecido a un reloj con todas sus agujas en
movimiento, a excepción de una cuarta. El aparato quedaba perfecto en mi pecho.
El hombre me dijo que aquello era un sustituto de un corazón
pero mejor, pues no permitía la entrada de sentimientos. Sin dudarlo hice trato
con el hombre de la muleta.
-o-
Después de cerrar el trato con un apretón de manos,
procedimos a hacer el trueque. Aquel hombre de la muleta, con precisión
quirúrgica, removió de mi pecho el músculo palpitante que tantas penas me había
causado, y puso en su lugar el aparato de las agujas en movimiento.
Al cabo de un par de horas pasó el efecto de la anestesia.
Desperté, y me sentía mejor. No existía pena, no había dolor, no percibía el
sentimiento aquel que hace sentirse mal a las personas. Podía sentir en mi
pecho la maquinaria del aparato nuevo. Podía sentir sus agujas moviéndose,
excepto por aquella cuarta aguja.
Agradecí al hombre de la muleta por el buen intercambio.
Quise preguntar qué haría con el corazón que le acababa de cambiar, pero pensé
para mí que no necesitaba saber adónde iría a parar.
- Haga buen uso del aparato y así funcionara como le expliqué - me dijo él, antes de salir del cuarto de operaciones improvisado. - Gracias - le respondí, y me fui de allí.
Pasé muchos dias de manera tranquila, apacible, casi de manera insensible a lo que estaba a mi alrededor. Estaba encantado con el cambio que hice con el hombre de la muleta que apareció de la nada aquella mañana. Todo estuvo así, hasta el día que volví a encontrarme con ella.
A pesar de los multiples golpes que le había causado al corazón que tenía, los cuales me hicieron padecer tanto dolor al punto de tener que cambiarlo, ella se acercó a mí y me susurró su saludo al oído.
This obra by Walter Ulises Castillo is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-Sin obras derivadas 3.0 Unported License.
Esto me recordó al libro de "La Mecánica del Corazón".
ResponderEliminarJusto leí el primer capítulo de la historia, y sí, tiene un parecido. Hasta ahora leo "La mecánica del corazón", y me parece interesante.
ResponderEliminar