Nos cuentan del desenlace esperado, mas no deseado de la enfermedad. Él ha fallecido. A pesar que la gente se haga a la idea que esto tarde o temprano sucedería, cuando la noticia finalmente llega causa dolor, causa luto, causa llanto, causa desolación.
Cae el atardecer y su cuerpo ha sido trasladado a la funeraria. Nos preparamos a salir a despedirnos simbólicamente. Yo he perdido la idea de cómo uno se debe comportar en estas situaciones porque no suceden a menudo, pero la consternación puede más y me decido a ir.
Llegamos al lugar. Limpiecito y adornado, con algunas personas ya instaladas en el pasillo principal. Subimos las oscuras escaleras que llevan del parqueo al pasillo y nos encontramos con los dolientes. Abrazos y súplicas al Ser Supremo por un poco de fortaleza se reparten. La sola presencia de las amistades se agradece infinitamente.
Llegamos al salón principal y mucha más gente se encuentra alrededor del féretro. Los familiares más cercanos se lamentan y lloran la pérdida, los amigos recuerdan los mejores momentos contándose anécdotas entre sí, se reencuentran viejos conocidos que se han alejado por cosas del destino, del tiempo, de la vida misma; se admira de los pequeños que ya crecieron, que son muchachos y muchachas de bien, o al menos que ya no son los bebés que muchas de las ancianas cargaron una vez. Se repite la misma tónica con pausas de cánticos y rezos y de más gente llegando.
Han pasado un par de horas y me siento al pie de las escaleras del vestíbulo que da al salón principal. Puedo ver desde allí la cantidad de gente que ha asistido, sus expresiones, sus risas, su lamento. Un mosaico de emociones sobre la cerámica blancuzca que sabe Dios qué las causará. Me siento y me pongo en el lugar del que se ha ido de este lugar, y pienso que no todos los que están aquí quizá fueron de su agrado, que quizá sacaría a un par de aquí o les preguntaría "¿y vos que hacés aquí?". Pienso en que valoraría más la presencia de esos amigos que estuvieron con él en el tortuoso camino que llevó a tal suceso, y les daría un abrazo desde la distancia que separa estas dimensiones.
Divago, y llega la hora de partir. Queda ya menos gente en el salón y se quedarán hasta el amanecer. Mañana sucederá el último adiós y será el llanto mayor, el sufrimiento de entregar a la tierra lo que es suyo, el final del camino que todos llevamos.
Anoto en mi mente y en esta bitácora la experiencia y me preparo mentalmente a lo que un día sucederá, primero Dios, no muy pronto.
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Espero que Dios te ayude y te fortalezca, el tiempo cura todo y lo mejor es de recordar todo lo bueno y bonito
ResponderEliminar@Wendy: Gracias Wen, en realidad me consternó la velación, era un amigo cercano de la familia y quiérase o no se siente.
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