Era tarde, y Lewart se aprestaba a correr a la parada de buses, a tomar el suyo que lo llevaría a casa después de un día ajetreado de trabajo. Como buen ciudadano responsable, no tomó el puente peatonal y se cruzó la calle, junto con muchos otros que lo hacen a diario.
Llegó al destino temporal. Como siempre, no había ninguna unidad de transporte como a él le gustan: Vacías; así que tocó esperar un momento. Después de un par de minutos partió el que estaba ya rebalsando de gente, y pasó el siguiente frente a él. Como siempre también, la gente se agolpó frente a las entradas del colectivo, lo cual, como siempre también, le dificultó la entrada, ya que no le gusta empujar a la gente y usar de la fuerza en esos casos innecesarios.
Finalmente subió, y encontró un asiento al final. Lo tomó, y se dispuso a disfrutar el viaje acompañado de la música que suelen poner los motoristas de las unidades, compendios variados de reggaetón y perreo para todos los gustos a niveles de volumen ensordecedores, pero que la costumbre minimiza.
Volteó a ver hacia la puerta de salida que daba a su asiento, y por ahí entró alguien a quien a pesar de muchos años de ausencia y desconexión total, aun pudo reconocer. A uno de esos amores, que en realidad son ilusiones de niños, a uno de esos amores de verano, era ella, inequívocamente, era Muzyela.
Su cabello no había cambiado en esta década sin verla, era el mismo cabello ondulado que una vez él quiso tener entre sus manos. Su mirada seria, ahora detrás de un par de espejuelos, que realzaban ese su aire de intelectual que siempre tuvo; su semblante tranquilo. Parecía que venía de su trabajo, seguramente a esa hora y por como venía vestida, guapa y elegante, esa era la razón, pensó para sí Lewart.
Y sin pensarlo tanto, se remontó a más de una década atrás, cuando la inocencia era la regla, y las ilusiones eran el alimento diario. Cuando ella andaba por los patios de la escuela, cuando todo se resolvía de manera fácil, y no existían las preocupaciones, cuando era tan fácil amar, porque ese era amor.
Y como cuando uno sueña que cae de un precipicio, así regresó Lewart a aquel asiento en el colectivo, con Muzyela frente a él, y un estribillo de Daddy Yankee de fondo, como matando aquel flashback romántico que tuvo en aquel instante.
El colectivo siguió su ruta, y él volvió a verla un par de veces, sutilmente, para que ella no pensara que el era cualquier demente suelto en la calle, porque seguro que ella no se acordaba de él. Y de pronto, así como subió, bajó repentinamente del colectivo; dejando el buen sabor de boca de recuerdos que no usualmente vuelven a vivir en la mente. O al menos que no aparecen así de fácil.
Lo dejó pensando que una década a veces no es nada, que las cosas no se olvidan tan fácilmente, sobre todo cuando han dejado huella en la vida.
Martes, Septiembre 14, 2010
This obra by Walter Ulises Castillo is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-Sin obras derivadas 3.0 Unported License.
Humor y sentimientos.
ResponderEliminarBuenísimo.